lunes, 25 de junio de 2012

FACATATIVÁ


Una vez más, para salir del ajetreo diario de Bogotá y aprovechando uno de los numerosos puentes de los que se disfrutan en Colombia, cogí la mochila y me dirigí hacia un de los numerosos pueblos que rodean la capital del país, Facatativá.
Como parte de la sabana de Cundinamarca, Facatativá, con nombre “muisca”, es uno de los pueblos más grandes de la región, siempre a la sombra de la gran capital, pero que tiene en su ser uno de los parques arqueológicos más bonitos que conozco, el coloquialmente llamado “parque de las piedras del tunjo”.
Partiendo del portal de la 80 cogimos un bus dirección a Faca (como también se la conoce) y en una hora aproximadamente bajo un diluvio, llegamos a la plaza principal del pueblo.
Lo que más destaca en esta plaza es la catedral que lo preside todo. Una plaza limpia, con mucha gente de todo tipo de un lado para otro; vendedores ambulantes, niños jugando, ancianos sentados conversando y varios “skaters” dando saltos en las escaleras y muros de la plaza.




Alrededor de la misma es donde se mueve el negocio local. Infinidad de tiendas, cafeterías y restaurantes (de comida rápida la mayoría).  Para mi gusto el pueblo abusa de este tipo de comercio y se echa en falta, en vista de un turista potencial, algo más “típico”. Restaurantes más tradicionales, cafeterías entre otros. En esta parte del centro, abundan en cambio las tiendas de ropa, misceláneas, papelerías, asaderos de pollo…
Saliendo un poco del centro de la ciudad, como a media hora a pie, se llega a la entrada del parque arqueológico, al cual fuimos un domingo por la mañana.
Ya en las cercanías se pueden ver varios puestos de comida asada, donde con un par de sillas y mesas, se monta un pequeño restaurante callejero. Olor a carne, chorizo, pollo, papa criolla y a humo, mucho humo. Pero es bonito ver el ambiente dominguero de por aquí, que no se aleja mucho del resto de domingos sudamericanos. Paseos y almuerzos familiares, donde el protagonismo lo adquieren los niños de la familia, la comida, y según el caso, los abuelos.
La entrada al parque es bien sencilla. Una taquilla donde pagan por igual caminantes que los que van en coche, salvo la obvia excepción de los locales, que tiene entrada rebajada. Todo en el parque se ve muy natural. A los dos lados del camino asfaltado todo se ve verde. Arboles y hierba, piedras y rocas gigantes y no excesiva gente, lo cual hace del paseo algo agradable.
Ya desde el comienzo se pueden ver algunas de las pinturas rupestres que hacen de este parque lo que es. Pinturas en tonos ocre y rojizos que a pesar de los últimos esfuerzos de preservación, tienes el típico grafiti mal hecho que ensucia todo el conjunto. Una pena.
De todas formas el parque merece la pena para pasar un día de paseo. Dar una vuelta a todo el parque y terminar en el pequeño lago, donde además de los típicos barcos para alquilar, hay varios lugares donde tomar un café o comer algo, además de las parrillas para hacer asados.










De regreso a la ciudad, disfrutamos de un par de cervezas en un bar pequeño de las inmediaciones de la plaza, ya que a oscuras, no es muy aconsejable ponerse a buscar otros lugares que no sean reconocidos.
En resumen, la salida a Facatativá resultó ser una buena excusa para pasar un fin de semana largo. Aun pensando en encontrarme algo más tradicional, la ciudad me gustó y si se tiene tiempo y ganas, alrededor hay más pueblos, más pequeños pero tal vez con mayor encanto.