Una vez más, para salir
del ajetreo diario de Bogotá y aprovechando uno de los numerosos puentes de los
que se disfrutan en Colombia, cogí la mochila y me dirigí hacia un de los
numerosos pueblos que rodean la capital del país, Facatativá.
Como parte de la sabana
de Cundinamarca, Facatativá, con nombre “muisca”, es uno de los pueblos más
grandes de la región, siempre a la sombra de la gran capital, pero que tiene en
su ser uno de los parques arqueológicos más bonitos que conozco, el
coloquialmente llamado “parque de las piedras del tunjo”.
Partiendo del portal de
la 80 cogimos un bus dirección a Faca (como también se la conoce) y en una hora
aproximadamente bajo un diluvio, llegamos a la plaza principal del pueblo.
Lo que más destaca en
esta plaza es la catedral que lo preside todo. Una plaza limpia, con mucha
gente de todo tipo de un lado para otro; vendedores ambulantes, niños jugando,
ancianos sentados conversando y varios “skaters” dando saltos en las escaleras
y muros de la plaza.
Alrededor de la misma es
donde se mueve el negocio local. Infinidad de tiendas, cafeterías y
restaurantes (de comida rápida la mayoría). Para mi gusto el pueblo abusa de este tipo de
comercio y se echa en falta, en vista de un turista potencial, algo más “típico”.
Restaurantes más tradicionales, cafeterías entre otros. En esta parte del
centro, abundan en cambio las tiendas de ropa, misceláneas, papelerías,
asaderos de pollo…
Saliendo un poco del
centro de la ciudad, como a media hora a pie, se llega a la entrada del parque
arqueológico, al cual fuimos un domingo por la mañana.
Ya en las cercanías se
pueden ver varios puestos de comida asada, donde con un par de sillas y mesas,
se monta un pequeño restaurante callejero. Olor a carne, chorizo, pollo, papa
criolla y a humo, mucho humo. Pero es bonito ver el ambiente dominguero de por
aquí, que no se aleja mucho del resto de domingos sudamericanos. Paseos y
almuerzos familiares, donde el protagonismo lo adquieren los niños de la
familia, la comida, y según el caso, los abuelos.
La entrada al parque es
bien sencilla. Una taquilla donde pagan por igual caminantes que los que van en
coche, salvo la obvia excepción de los locales, que tiene entrada rebajada.
Todo en el parque se ve muy natural. A los dos lados del camino asfaltado todo
se ve verde. Arboles y hierba, piedras y rocas gigantes y no excesiva gente, lo
cual hace del paseo algo agradable.
Ya desde el comienzo se
pueden ver algunas de las pinturas rupestres que hacen de este parque lo que
es. Pinturas en tonos ocre y rojizos que a pesar de los últimos esfuerzos de
preservación, tienes el típico grafiti mal hecho que ensucia todo el conjunto. Una
pena.
De todas formas el parque
merece la pena para pasar un día de paseo. Dar una vuelta a todo el parque y
terminar en el pequeño lago, donde además de los típicos barcos para alquilar,
hay varios lugares donde tomar un café o comer algo, además de las parrillas
para hacer asados.
De regreso a la ciudad,
disfrutamos de un par de cervezas en un bar pequeño de las inmediaciones de la
plaza, ya que a oscuras, no es muy aconsejable ponerse a buscar otros lugares
que no sean reconocidos.
En resumen, la salida a
Facatativá resultó ser una buena excusa para pasar un fin de semana largo. Aun
pensando en encontrarme algo más tradicional, la ciudad me gustó y si se tiene
tiempo y ganas, alrededor hay más pueblos, más pequeños pero tal vez con mayor
encanto.