jueves, 8 de noviembre de 2012

GUATAVITA pueblo

Dejando atrás la laguna, nos dirigimos loma abajo hacia la vía que conduce al pueblo de Guatavita, por un sendero desolado pero bien bonito.
Las nubes negras presagiaban lluvia, pero en esta región nunca se sabe. Nada más dejar el sendero y enlazar con la carretera que sube a la laguna, apareció la temible lluvia para quien quiere seguir a pie. Aun nos faltaban muchos kilómetros por lo que la idea de sacar el dedo a los primeros coches que bajaban, resultó ser la mejor opción.
En 15 segundos ya estábamos dirección Guatavita, en el vehículo de una pareja de Bogotá.
La llegada al pueblo, bajo el granizo, no fue la mejor, pero la vista del embalse de Tominé junto al pueblo blanco, de aires mediterráneos, me cautivo.















Decir que este pueblo es relativamente nuevo. Guatavita existió desde la época de la conquista, pero en los años 60 del pasado siglo, una empresa hidroeléctrica decidió que el mejor lugar para construir una represa, era el valle de tominé, lo que suponía la desaparición del pueblo. La represa se construyó y el pueblo fue reubicado cerca al embalse, con nuevas construcciones a cargo del arquitecto Jaime Ponce de León.
El nuevo pueblo, de casas blancas, de poca altura, tiene un aire mediterráneo, con el pueblo alrededor de una plaza e iglesia, que a diferencia de la mayoría de pueblos colombianos, no guarda mucha simetría  Esto le da mayor diferenciación respecto al resto, cosa que a mi personalmente me encanta.
Las casas se mantienen blancas, las calles estaban bien limpias a pesar de la gran cantidad de turistas ( la mayoría de Bogotá) y la lluvia no era obstáculo para recorrer las calles. Al fondo el embalse, con sus barcos, veleros y demás útiles acuáticos. Gigante el embalse, con más de 18 km de largo.
Caminar por los callejones sin orden, calles vacías si te alejas del centro propiamente dicho, recuerdan a cualquier calle andaluza, pero con el toque criollo que tanto me gusta. Flores, plantas, puertas antiguas, ventanales enrejados decoran las entradas de las casas.Que siendo todas iguales, le dan a cada una de ellas identidad. 
La verdad ignoró de qué vive la gente local. Obvio el turismo es un punto fuerte de la economía local, pero del resto no lo se, porque el pueblo, siendo pequeño, no lo es tanto, y supongo que la agricultura supone una fuente de ingresos considerables.
El pueblo, así visto, no tiene mucho más que ofrecer. Buena comida, museo y conocer el pueblo en sí, con plaza de toros incluida.
Ideal para un fin de semana, con buenos hospedajes, la visita a la laguna de Guatavita, comer rico y admirar un pueblo, que desde ahora, va a ser recomendación segura para quien me lo pregunte.













































El regreso a Bogotá se puede hacer por la via autopista norte, pasando por Sesquilé, o por la vía que conecta Sopó con La Calera. Esta última es una buena opción, conocer otro paisaje, así la carretera sea peor, siempre es bonito atravesar las montañas, aprovechando además que es un trayecto de hora y media más o menos. Y llegar a La Calera siempre es un bonito aliciente, por las grandes vistas de Bogotá que se tienen desde lo alto.

Un remate perfecto a un bonito fin de semana, festivo el lunes además. 
Un viaje que seguro repetiré, porque sospecho que tiene más por descubrir esta parte de Cundinamarca.