Esta
última semana fue un poco especial dentro de mi estancia en Bogotá. Por
primera vez tuve el honor de recibir en la capital a un amigo de toda
la vida, Jon, que por circunstancias laborales fue enviado a la capital
para una serie de visitas empresariales.
Con el poco tiempo del cual disponía, era difícil cuadrar un itinerario completo, pero se hizo lo que se pudo.
También toca decir que junto a Jon vino Ignacio, catalán
de pura cepa y compañero de trabajo, con quien nos reímos hasta no
poder más, más aun sabiendo que era su primera vez en estas tierras
latinas.
Tras
tomar unas cervezas acompañadas de arepa por la candelaria, el Domingo
por la mañana nos dispusimos a subir al cerro- mirador-santuario de
Monserrate.
Con
cita en la estación de las aguas del transmilenio, partimos rumbo a la
estación del teleférico. Cruzando el eje ambiental y pasando por la
universidad de los andes y la Quinta de Bolivar, se sube una pequeña
cuesta y se llega a las faldas de la montaña y a la estación del
teleférico y funicular.
Esta
pequeña cuesta fue la primera "novatada" para los dos chicos venidos de
más allá del atlántico. Después de una escala en Lima, llegaron a
Bogotá, a mas de 2500 metros de altura, y se notó la falta de aire.Pero
con un poco de descanso y agua se solucionó.
Ya en la entrada, nos surgió la duda de como subir, en teleférico o funicular, pero rememorando viejos tiempos subiendo a Igueldo, nos decidimos por el funicular para subir y el teleférico para el descenso.
A 9000 pesos la ida y vuelta, es un precio muy asequible ( solo Domingos, entre semana es más caro) y nos dispusimos a subir.
Un
funicular medio moderno y repleto de gente nos subió por la
empinada vía que sube hasta el cerro, pasando por un bosque de muchos
tipos de arboles y vegetación diversa. Muy bonita la subida, que tarda
pocos minutos y se puede ir mirando la ciudad por el techo de vidrio del
funicular.
Una vez arriba, nos tocó caminar despacio una vez más, porque ya estábamos a más de 3000 metros de altitud y el "soroche" en los "ibéricos" era más que latente.
Era
Domingo, por lo tanto día de misa, y a pesar de la intermitente lluvia,
la cima del cerro estaba llena de gente. Familias, jóvenes deportistas,
turistas, niños y mucho vendedor ambulante, quienes en sus puestos
ofrecen todo tipo de comida típica, artesanías varias y mucha simpatía, a diferentes precios y calidades.
Arriba
hay varias cosas que hacer. Visitar la iglesia y sus instalaciones,
comer o tomar algo caliente en los numerosos puestos de comida ( además
de los restaurantes ), caminar el vía crucis o simplemente sentarse a
contemplar gran parte de la ciudad que se presenta al occidente del
cerro.Al otro lado se divisa un bosque precioso y muy verde.
Cuando
la lluvia comenzó a ser un poco más molesta bajamos a la estación del
teleférico y vuelta a la ciudad.El teleférico da otro punto de vista, de
la ciudad y del cerro, y aunque se ve un poco vieja la cabina, no se
siente ningún movimiento extraño.
Una
vez abajo, caminamos por el eje ambiental una vez más, y de allí,
todo derecho por la 19 hasta la carrera 7ma, que los domingos es
peatonal y ciclo-vía, cosa que se agradece mucho por la ausencia
de vehículos.
La
lluvia no paraba por lo que caminamos hasta la plaza de Bolivar, y
después de mirar un poco el desapacible panorama de la plaza, subimos
por la candelaria hasta la Casa de la moneda.
Bonito
museo, en una casa colonial que abarca en si mismo 3 diferentes museos,
gratis y con espacios bien acondicionados.Cundiboyacense y colombiana
en general y allí fuimos a resguardarnos de la luvia y a llenar el
estomago.
Por suerte, los dos chicos son de buen comer y disfrutaron mucho del Ajiaco, el cual es mi plato favorito colombiano.
Y
poco más. Para bajar el almuerzo, salimos a tomar un buen café en una
terraza cercana y después ellos siguieron a ver la final de liga del
Futbol colombiano, pero esa ya es otra historia...