martes, 16 de octubre de 2012

La ruta hacia El Dorado....GUATAVITA


“Antes de cumplir 16 años, un muchacho llamado Pedro de Ursúa es embarcado rumbo a las Indias con la encomienda de dominar un territorio que siglos después sería conocido como Colombia. El oro que soñó encontrar nunca llegó a él, y las aventuras que enfrentó no se parecieron en nada a sus ingenuas fantasías de adolescente.
Ursúa, William Ospina; Alfaguara

Esta vez otro vasco se adentra hacia tierras doradas, al norte de la ciudad de Bogotá, a unas 2 horas por carretera, con la mente puesta en la laguna donde nació el mito de El Dorado, ciudad luminosa, mito dorado y reflejo de la codicia europea por sobre las culturas americanas de la época.

La ubicación exacta de la ciudad nunca se supo ni se sabrá. Se buscó por Colombia, Centroamérica, todo el amazonas y sigue sin aparecer. Lo que si se encontró fue la fuente del mito, la laguna de Guatavita, la cual por arte de las mejores técnicas conocidas hasta la fecha (cortar la montaña en dos), se trató de drenar para poder recoger el oro de las profundidades con mayor facilidad. En 1580 se llegó a vaciar gran parte de la laguna, y sacar gran parte de tesoros por parte de los españoles.
Años más tarde, una expedición inglesa perforó un túnel sobre el cerro, hasta llegar al lago y pudo secar la laguna, pero se encontró con varios metros de lodo, lo cual dificultaba la búsqueda y extracción de los tesoros pretendidos.
Pero la leyenda poco tiene que ver con ciudades de oro. La leyenda original nos cuenta, como un cacique Muisca (indígenas de la zona de Cundinamarca, Boyacá y Santander) de nombre Sua, tuvo una hija con su mujer, quien hastiada de las fiestas y borracheras de su real esposo, se refugió en los brazos de un guerrero. La pareja fue descubierta y el guerrero torturado (el corazón de este, fue servido a la infiel esposa). Ante esta situación, la mujer huyó junto a su hija y se sumergieron en aguas de la laguna de GUATAVITA. En la expedición de búsqueda de la familia, encontraron a la mujer e hija del cacique, viviendo felizmente bajo las aguas, protegidas por una serpiente. Se ordenó arrojar regularmente oro y tesoros al agua, para rendir tributo y buscar la protección del pueblo.

La leyenda dio pie a diferentes rituales, de los cuales destacaba la ceremonia de coronación del nuevo Zipa, gobernante de la zona. En este ritual, se bañaba al futuro líder en polvo de oro, y en una balsa se adentraban al centro de la laguna, junto a innumerables tesoros, los cuales eran arrojados al fondo de la laguna. Esta ceremonia la presenciaron los españoles y de boca en boca, de relato en relato se tergiverso hasta convertirse en la motivación de muchos aventureros sedientos de riquezas materiales, para adentrarse en desconocidas tierras inexploradas por occidente.

CERMONIA DE CORONACION VER VIDEO gracias a Fabio Alejandro Castiblanco y Luis Alberto Leguizamón

Puestos en contexto, decir que un viaje a esta laguna, bien merece recorrer los cerca de 80 km que separan la capital, de este punto.
























Desde el portal norte de Transmilenio, se tomamos un bus intermunicipal dirección Guatavita (7000 pesos aprox.). Tras una hora y media de viaje, nos bajamos en el cruce que sube hacia la laguna, muy señalizada. Aprovechando el soleado día, decidimos recorrer a pie los 7 km que nos llevarían a la entrada de la reserva natural, la cual incluye todo el entorno de la laguna. Está gestionado por el CAR (Corporación Autónoma Regional) y aunque el precio de entrada es un poco elevado, el servicio recibido nos pareció muy bueno (gracias al guía, señor Toro).


La visita nos llevó por senderos acondicionados, entre arboles, plantas y barro. Entre gritos de niños correteando por alrededor, explicaciones del guía sobre las plantas y fotografías del lugar, llegamos a los 3100 metros de altura desde donde divisamos por primera vez la laguna. Circulo casi perfecto de agua rodeado de vegetación hasta la misma orilla. Se puede observar muy bien el corte realizado por los españoles en la montaña ante la idea de drenar la laguna.

En ese entorno maravilloso, escuchamos las historias contadas por el guía, las críticas a la conquista y la esperanza de recuperar ese espíritu místico muisca, espíritu y filosofía que guiaba la vida de ellos.





















Casualmente la visita la realizamos en una de las fechas más significativas del calendario mundial, el 12 de octubre. Para mi poco hay para celebrar, pero no se puede obviar la importancia de este acontecimiento. Se sabe que Colon no fue el primero, pero este echo, nos descubrió una mitad del mundo hasta el momento casi desconocida. Este descubrimiento enriqueció el mundo… y lo destruyó. Fue la primera piedra de la globalización. Enriqueció fortunas y empobreció al hombre desde el punto de vista humano. Nada volvió a ser como antes. Tras este descubrimiento llegó la conquista, la cual ensombreció la labor de algunos “incautos” cuyo único deseo era conocer, aprender, enseñar, intercambiar y convivir con los nuevos hermanos que les abrían las puertas de sus hogares, santuarios y familias. Muchas de estas familias desaparecieron junto a su cultura, solo recordada por unos pocos relatos y cuyos descendientes (muchos ya mestizos) tratan de recuperar. No en lo material (el museo del oro de Bogotá recoge parte de ese legado), ese material se perdió, pero si en lo humano y en el contacto con la tierra.

Nada es igual ni lo volverá a ser. Ni falta que hace. Es parte de la evolución normal de la vida. Pero tratemos de llevar nuestras vidas a otro nivel, seguro nos llevará a un mejor comprendimiento de nosotros mismos, como sociedad en la cual estamos inmersos. Vivir entre gente no es fácil, nunca lo fue, pero estas culturas desaparecidas casi por completo, con sus defectos y virtudes, nos pueden enseñar un camino a seguir. Respeto por todo lo que nos rodea. Por la tierra, animales y sobre todo, a día de hoy, respeto a la personas, empezando por uno mismo. Tratar de ser feliz uno mismo y contagiarlo al resto.


Cuando disfrutemos de las alegrías del otro y no deseemos el mal a quien nos dañó, tal vez así, logremos vivir más tranquilos.



Desde lo alto de la laguna, caminamos hacia el pueblo de Guatavita, agilizando el paso ante la inminente lluvia (después vimos como esa lluvia se convertía en granizo), y una vez más, pudimos comprobar la belleza que se esconde en cada uno de los pueblos de este país.
La semana que viene, más sobre Guatavita.

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